domingo, 28 de agosto de 2011

Capítulo 8#


El espectáculo fue perfecto, como siempre. Smith saltó a Cristina varias veces de un lado a otro, e incluso desde los pies hasta la cabeza. Pasó las ruedas por su cabeza... De todo un poco.
Cuando terminó, dejó la bicicleta en la pared y, de un hueco que había en esta camuflado por un grafitti, sacó una pequeña nota.
Entonces se acercó a ella y la ayudó a levantarse. Cuando estuvieron de pie, el joven le metió disimuladamente la notita en el bolsillo trasero del pantalón y, después de hacer esto, le cogió una mano y se la levantó, para que la gente la aplaudiera a ella.
Bueno cielo, las escaleras están por allí —dijo Smith.
Tranquilo, no las necesito.
Entonces ella empezó a correr y, de un salto, superó la valla. Pero no solo eso, antes de caer dio una voltereta en el aire. Todo el público empezó a aplaudir a la joven.
En ese momento, la chica se giró y le guió un ojo. Él sonrió, se dio media vuelta y se dirigió a los bastidores.
Poco a poco, escalón a escalón, Cristina subió hasta su sitio en la pared. Iba inmersa en sus pensamientos.
En un momento del espectáculo, el reflejo del sol consiguió que se viera a través del cristal que cubría los ojos de aquel muchacho. Eran negros, muy negros, tan negros como una noche sin luna ni estrellas. Preciosos, mágicos.
La mayoría de gente prefería unos ojos claros... ¿Por qué? Ella los tiene así y no la han ayudado mucho en el tema chicos... Y encima son muy sensibles, por eso su oculista le ha dicho que tendrá que ponerse gafas dentro de poco... No quería ponerse gafas, no le quedan bien.
Y así, llegó a su sitio y permaneció allí, pensando en aquellos ojos negros, hasta que terminó la actuación. E, incluso después de que acabara, no pudo evitar buscar aquellos ojos en el parque. Pero jamás se imaginaría que los encontraría, y menos de aquella forma.

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