Cuatro horas después
del abrazo en la habitación de hospital, en una conversación por
WhatsApp.
—Peeeeeeeeeerdona
Smith, pero yo te quiero mas
Jeje, no te
equivoques cielo, yo mucho mas :3—
—Ems, no carinio.
¿Carinio? Jajaja!—
—Eh, que desde la
blackberry no se poner la enne esa >< JAJAJA
Te tendre que enseÑar
;)—
—Tomorrow amor(L)
Por cierto, ¿a que
hora quereis salir?—
—Sobre las 10 y
media... Podras estar aquí?
Seppppp. A las 10 y
cuarto estare alli—
—Jep:) Me voy a
acostar. Un kissss :D
Te quiero—
—<3
Cristina besó la
pantalla del ordenador y lo dejó boca abajo sobre la mesita de
noche. Suspiró y se acostó mirando el techo. Aquel chico era
perfecto, ¿por qué no lo había encontrado antes? Tan guapo, tan
simpático, tan... increíble. Apenas tenía palabras para
describirlo. Lo peor de todo es que lo conocía de hacía tres días
y no podía evitar pensar en él a todas horas. ¿Enamorada? No
creía, lo conocía muy poco...
Aquello estaba siendo
tan perfecto. Ni siquiera había tenido que ocultárselo a sus
padres. Simplemente, cuando habían acompañado a Smith a su casa, su
madre había dicho: 'Parejita, nos vamos a dar una vuelta por aquí
que Aurora quiere un helado. Despediros a gusto.' Y no les importaba.
La verdad era que Smith tenía algo que hacía que todo el mundo se
fijara en él. ¿Habría alguien en el mundo que no lo soportara? Era
imposible.
Volvió a suspirar. No
todo podía ser bueno. 563 kilómetros se interponían entre ellos.
Sólo le quedaban cuatro días para disfrutar de él. Luego todo se
acabaría. No podían estar juntos estando tan lejos. Por mucho que
hablasen, cualquiera podía ser infiel a tanta distancia. Entonces,
¿qué? ¿Esto sólo serviría para hacerse daño? Porque se tendrían
que acabar separando, quisiera ella o no. No debería estar
preocupándose por esto ahora, sino que tendría que disfrutar del
tiempo que le quedaba. Pero no podía, era imposible.
Y así, pensando en la
distancia que la separaría de Smith en los próximos días, Cristina
se fue quedando dormida.
Mientras, en un piso
del mismo Madrid.
Sonrió viendo como el
estado del WhatsApp cambiaba de En linea a última
visita... Era preciosa. Ella y todo lo que la rodeaba.
Salió de esa aplicación
y comenzó a buscar una canción en sus listas de reproducciones.
Aquí. Just the way you are, de Bruno Mars, comenzó a sonar
desde su móvil. Eran las ventajas de vivir sólo: nadie te decía lo
que podías y lo que no podías hacer. Si te apetecía poner la
música a todo volumen a las 3 de la mañana lo hacías, y que se
apartara el mundo.
Su vida estaba
cambiando, y algo en él le decía que para mejor. No sabía por qué,
era una sensación única, totalmente nueva. Ni siquiera con Amaia
había sentido algo tan especial... Cristina era perfecta. Había
llegado a su vida y, en cuatro días, había cambiado toda su
estructura. ¿Tan rápido? Pues sí. Ella era tan sumamente perfecta
que no había necesitado meses para conseguir enamorarle. Con Amaia
fue todo tan diferente... No recordaba un día que hubieran pasado
sin discutir. Todo el amor que le tenía se fue convirtiendo poco a
poco en odio y rencor hacia su persona. Y es lo que había. Lo peor
de todo fue que le siguió aguantando las tonterías hasta que le
dejó.
Miró la mesita de noche
y no pudo evitar que una lágrima resbalara por su mejilla. ¿Por qué
no era capaz de quitar esa foto de allí? Quizás todavía la echaba
de menos. Aunque Cristina hubiera entrado así en su vida, por muy
maravillosa que fuera, en su corazón siempre quedaría un espacio,
chiquitito chiquitito, para Amaia.
A
la mañana siguiente, en el hotel donde dormía Cristina.
—Aurori, ¿dónde
estás?
Su hermana sabía
perfectamente que la pequeña estaba escondida debajo de la cama de
matrimonio de sus padres, pero le gustaba escuchar la risa de su
hermana. Todas las mañanas jugaba con ella al escodite por su casa.
Estando en un hotel no iba a ser menos.
—Vamos chicas —dijo
Alfonso—, tenemos que bajar a desayunar.
—¡Te pillé! —gritó
Cristina agachándose y mirando debajo de la cama.
Las dos comenzaron a
hacerse cosquillas y a reír como locas. Estaban muy unidas.
Tras unos minutos de
cosquillas y de un cabezazo contra una pata de la cama de Cristina,
la familia bajó a desayunar. Había quedado con Smith a las 10 y
cuarto en la puerta del hotel, o sea que aún le quedaba media hora
para desayunar. Esa mañana querían que Smith les llevara al Retiro
y algún otro parque. Ella y Smith se alejarían de sus padres
mientras que estos daban un paseo con su hermana y tenía todo el día
para saber más sobre él.
Llegaron los cuatro a la
cafetería del hotel y cogieron un par de bollos y tostadas para
desayunar bien. Cristina se acercó al dispensador de zumos y se
llenó el vaso de zumo de naranja.
Cuando volvió a la
mesa, su hermana ya tenía la boca manchada de azúcar glass por
culpa de una ensaimada. ¿Cómo lo hacía para ensuciarse siempre?
Sacó un pañuelo de su bolsa de Adidas y limpió a Aurora. Suspiró,
recordando el miedo que había pasado en el parque al pensar que no
volvería a verla. Aunque, por otra parte, si ella no hubiera
desaparecido nunca hubiera llamado a Smith. Recordó la nota de su
pantalón. Que arrogante le había parecido. Y atrevido, muy
atrevido. ¿Cómo se había atrevido a hacerlo? ¿Tanto se notaba que
era extranjera? La verdad es que un poco, el acento era exagerado.
Aquí tan 'tronco' y en Almería tan 'chacho' y 'socio'. Aquí tantas
eses y en Almería tan pocas. Intentaría arreglarlo. Bueno, mejor
no, que iba a parecer subnormal.
Le dio, por fin, un
sorbo a su zumo y por poco no lo devuelve al vaso.
—¡Puag! Dios, que
ascazo de zumo.
—Pues el mío está
bueno... —dijo Nemesia.
—Bueno, yo voy a
tirarlo.
—¡No te retrases!
Cristina se levantó y
se dirigió hacia el mismo sitio donde, minutos antes, se había
echado el zumo. Iba mirando hacia el suelo, y no se dio cuenta de
quien venía hacia ella, también mirando hacia abajo. Ninguno de los
dos pudo evitar el pequeño choque.
—Ui, perdona —se
disculpó aquel muchacho.
—No, no importa
—respondió ella sin levantar la mirada del suelo.
¿Qué? Un momento, no
podía ser. Aquella voz le había resultado demasiado familiar. Se
giró rápidamente. No, allí no había nadie con el aspecto que él
llevaba ahora. Se volvió a girar y tiró el zumo. Cuando regresó a
la mesa, su familia ya había terminado.
—Oye, ¿vosotros
habéis visto a Ricardo? —preguntó Cristina.
—¡Sí! —respondió
su padre— Ahora va con el pelo de colores y con unas pintas
rarísimas...
—No papá, digo aquí,
ahora. Creo que me he chocado con él.
—¡No digas tonterías
Cristina! —gritó su madre al tiempo que se levantaba— Él está
en Almería. Y vámonos, no debemos hacer esperar a tu chico.
—Se llama Smith...
N.A: Hola queridos
lectores! Me alegro muchísimo de que sigáis leyendo La última
palabra, sin vosotros no sería posible. Pero bueno, quería deciros
que aquí tenéis un capítulo lo más largo que he podido porque me
voy a Inglaterra y no podré escribir hasta el 22 de Julio que
vuelvo. Conclusión, no esperéis siguiente capítulo hasta el 25
como pronto... Lo siento, pero no puedo hacer más. Otra vez, muchas
gracias por leer. Os quiero.