lunes, 23 de enero de 2012

Capítulo 20#


Laura salió corriendo de la habitación. Aun así, seguía escuchando el suspiro de Smith cuando Cristina lo abrazó, así que siguió corriendo. Corrió hasta salir del hospital, sin preocuparse de si arrollaba a algún que otro anciano. Le daba igual.
Cuando estaba en la puerta sintió que necesitaba seguir corriendo, descargar toda la angustia que tenía dentro de alguna manera, por lo que siguió corriendo hasta llegar a casa de sus tíos. Entró sin preocuparse de esconder las lágrimas que hacía rato que caían de sus ojos, subió a su cuarto y se tiró en la cama.
Desde allí, volvió a recordar el abrazo de aquellos dos idiotas y las lágrimas volvieron a brotar por sus mejillas como si ella misma quisiera expulsarlas. Pero no, Laura estaba harta de llorar. Harta de aparentar estar bien cuando no lo estaba, harta de seguirle la corriente a su prima, harta de aparentar lo que no era, harta de ser lo que todo el mundo esperaba que fuera.
De pronto, justo cuando estaba a punto de abandonarse a manos de Morfeo, la puerta de la habitación. Ni si quiera tuvo que levantar la cabeza para saber quien era aquella que atravesaba el umbral de su puerta.
¿Qué quieres? —preguntó sin levantar la mirada y volviendo a sus sollozos.
¿Qué te pasa? —en su voz se notaba desprecio, ni siquiera estaba preocupada por ella pero sus padres la habían obligado a subir.
Nada, ya se me pasará, como siempre...
Pues venga, que hemos quedado.
No, has quedado tú —esta vez se incorporó un poco y se sentó en el filo de la cama viendo como sus pies colgaban.
Tú te vienes —dijo su prima con voz autoritaria—. Viene Alberto.
Alberto no me gusta. Es feo.
Pero tiene dinero. Si sales con él, podremos aguantar hasta el final del verano sin robarle más dinero a mis padres.
No quiero. Déjame dormir —dijo volviendo a acostarse.
¡¿Pero quién coño te crees?! —se acercó a ella y la cogió del brazo obligándola a levantarse.
¡No se te ocurra volver a tocarme!
Laura levantó el brazo consiguiendo escaparse de su prima, que la miró con toda la rabia que pudo. Pero Laura no se dejó intimidar y se disponía a soltarle a la cara todo lo que había reflexionado momentos antes cuando su prima le dijo en un susurro...
Ten cuidado con lo que ibas a decir, recuerda que eres lo que eres gracias a mi.
Claudia intentó que sonara más bien como un consejo, pero su prima lo entendió como una amenaza, lo que hizo que retrocediera un paso, agachara la cabeza y se tragara lo que le quedaba de orgullo.
Así, Claudia salió de la habitación, dejando a Laura sola, otra vez, con sus lágrimas.
Mientras tanto, en una habitación de algún hospital de Madrid.
Los dos jóvenes seguían abrazados. Ninguno quería que ese abrazo terminara. Pero Smith se decidió a hacer lo que debería haber hecho tres días atrás en el parque de atracciones.
Cristina, mírame —ella obedeció—. Tengo que decirte algo.
No me asustes, por favor.
Tranquila —sonrió y dejó embobada a Cristina, como tantas otras veces había hecho—. Desde el momento en que te vi supe que eras una chica especial, diferente, increíble. Tus ojos, tu pelo, tu sonrisa, tu voz, tu cuerpo... Eres una chica maravillosa y se que te mereces algo muchísimo mejor que todo lo que yo puedo darte pero —Smith hizo una pausa y respiró hondo— creo que me gustas.
Smith, yo...
Shh —dijo poniéndole un dedo sobre los labios—. Sé que esto es una locura. Que vivimos lejos y que nos conocemos desde hace muy poco, pero esto es algo... diferente.
Entonces, en el mismo instante en el que él terminó de hablar, ella se echó un poco hacia delante y lo besó. No un beso apasionado y con ganas de algo más como normalmente besaba él ni un beso sin ganas como solía besar ella, sino un beso lento, que demostraba muchos sentimientos encerrados. Al separarse, se abrazaron, sabiendo que su historia no había hecho nada más que comenzar. Tenían claro que no iba a ser fácil, que todo estaba en su contra, pero, en esa habitación blanca de hospital, los dos dejaron sus miedos de lado para comenzar una historia juntos.

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