sábado, 30 de junio de 2012

Capítulo 22#



Cuatro horas después del abrazo en la habitación de hospital, en una conversación por WhatsApp.
—Peeeeeeeeeerdona Smith, pero yo te quiero mas
Jeje, no te equivoques cielo, yo mucho mas :3
—Ems, no carinio.
¿Carinio? Jajaja!
—Eh, que desde la blackberry no se poner la enne esa >< JAJAJA
Te tendre que enseÑar ;)
—Tomorrow amor(L)
Por cierto, ¿a que hora quereis salir?
—Sobre las 10 y media... Podras estar aquí?
Seppppp. A las 10 y cuarto estare alli
—Jep:) Me voy a acostar. Un kissss :D
Te quiero
—<3
Cristina besó la pantalla del ordenador y lo dejó boca abajo sobre la mesita de noche. Suspiró y se acostó mirando el techo. Aquel chico era perfecto, ¿por qué no lo había encontrado antes? Tan guapo, tan simpático, tan... increíble. Apenas tenía palabras para describirlo. Lo peor de todo es que lo conocía de hacía tres días y no podía evitar pensar en él a todas horas. ¿Enamorada? No creía, lo conocía muy poco...
Aquello estaba siendo tan perfecto. Ni siquiera había tenido que ocultárselo a sus padres. Simplemente, cuando habían acompañado a Smith a su casa, su madre había dicho: 'Parejita, nos vamos a dar una vuelta por aquí que Aurora quiere un helado. Despediros a gusto.' Y no les importaba. La verdad era que Smith tenía algo que hacía que todo el mundo se fijara en él. ¿Habría alguien en el mundo que no lo soportara? Era imposible.
Volvió a suspirar. No todo podía ser bueno. 563 kilómetros se interponían entre ellos. Sólo le quedaban cuatro días para disfrutar de él. Luego todo se acabaría. No podían estar juntos estando tan lejos. Por mucho que hablasen, cualquiera podía ser infiel a tanta distancia. Entonces, ¿qué? ¿Esto sólo serviría para hacerse daño? Porque se tendrían que acabar separando, quisiera ella o no. No debería estar preocupándose por esto ahora, sino que tendría que disfrutar del tiempo que le quedaba. Pero no podía, era imposible.
Y así, pensando en la distancia que la separaría de Smith en los próximos días, Cristina se fue quedando dormida.
Mientras, en un piso del mismo Madrid.
Sonrió viendo como el estado del WhatsApp cambiaba de En linea a última visita... Era preciosa. Ella y todo lo que la rodeaba.
Salió de esa aplicación y comenzó a buscar una canción en sus listas de reproducciones. Aquí. Just the way you are, de Bruno Mars, comenzó a sonar desde su móvil. Eran las ventajas de vivir sólo: nadie te decía lo que podías y lo que no podías hacer. Si te apetecía poner la música a todo volumen a las 3 de la mañana lo hacías, y que se apartara el mundo.
Su vida estaba cambiando, y algo en él le decía que para mejor. No sabía por qué, era una sensación única, totalmente nueva. Ni siquiera con Amaia había sentido algo tan especial... Cristina era perfecta. Había llegado a su vida y, en cuatro días, había cambiado toda su estructura. ¿Tan rápido? Pues sí. Ella era tan sumamente perfecta que no había necesitado meses para conseguir enamorarle. Con Amaia fue todo tan diferente... No recordaba un día que hubieran pasado sin discutir. Todo el amor que le tenía se fue convirtiendo poco a poco en odio y rencor hacia su persona. Y es lo que había. Lo peor de todo fue que le siguió aguantando las tonterías hasta que le dejó.
Miró la mesita de noche y no pudo evitar que una lágrima resbalara por su mejilla. ¿Por qué no era capaz de quitar esa foto de allí? Quizás todavía la echaba de menos. Aunque Cristina hubiera entrado así en su vida, por muy maravillosa que fuera, en su corazón siempre quedaría un espacio, chiquitito chiquitito, para Amaia.
A la mañana siguiente, en el hotel donde dormía Cristina.
—Aurori, ¿dónde estás?
Su hermana sabía perfectamente que la pequeña estaba escondida debajo de la cama de matrimonio de sus padres, pero le gustaba escuchar la risa de su hermana. Todas las mañanas jugaba con ella al escodite por su casa. Estando en un hotel no iba a ser menos.
—Vamos chicas —dijo Alfonso—, tenemos que bajar a desayunar.
—¡Te pillé! —gritó Cristina agachándose y mirando debajo de la cama.
Las dos comenzaron a hacerse cosquillas y a reír como locas. Estaban muy unidas.
Tras unos minutos de cosquillas y de un cabezazo contra una pata de la cama de Cristina, la familia bajó a desayunar. Había quedado con Smith a las 10 y cuarto en la puerta del hotel, o sea que aún le quedaba media hora para desayunar. Esa mañana querían que Smith les llevara al Retiro y algún otro parque. Ella y Smith se alejarían de sus padres mientras que estos daban un paseo con su hermana y tenía todo el día para saber más sobre él.
Llegaron los cuatro a la cafetería del hotel y cogieron un par de bollos y tostadas para desayunar bien. Cristina se acercó al dispensador de zumos y se llenó el vaso de zumo de naranja.
Cuando volvió a la mesa, su hermana ya tenía la boca manchada de azúcar glass por culpa de una ensaimada. ¿Cómo lo hacía para ensuciarse siempre? Sacó un pañuelo de su bolsa de Adidas y limpió a Aurora. Suspiró, recordando el miedo que había pasado en el parque al pensar que no volvería a verla. Aunque, por otra parte, si ella no hubiera desaparecido nunca hubiera llamado a Smith. Recordó la nota de su pantalón. Que arrogante le había parecido. Y atrevido, muy atrevido. ¿Cómo se había atrevido a hacerlo? ¿Tanto se notaba que era extranjera? La verdad es que un poco, el acento era exagerado. Aquí tan 'tronco' y en Almería tan 'chacho' y 'socio'. Aquí tantas eses y en Almería tan pocas. Intentaría arreglarlo. Bueno, mejor no, que iba a parecer subnormal.
Le dio, por fin, un sorbo a su zumo y por poco no lo devuelve al vaso.
—¡Puag! Dios, que ascazo de zumo.
—Pues el mío está bueno... —dijo Nemesia.
—Bueno, yo voy a tirarlo.
—¡No te retrases!
Cristina se levantó y se dirigió hacia el mismo sitio donde, minutos antes, se había echado el zumo. Iba mirando hacia el suelo, y no se dio cuenta de quien venía hacia ella, también mirando hacia abajo. Ninguno de los dos pudo evitar el pequeño choque.
—Ui, perdona —se disculpó aquel muchacho.
—No, no importa —respondió ella sin levantar la mirada del suelo.
¿Qué? Un momento, no podía ser. Aquella voz le había resultado demasiado familiar. Se giró rápidamente. No, allí no había nadie con el aspecto que él llevaba ahora. Se volvió a girar y tiró el zumo. Cuando regresó a la mesa, su familia ya había terminado.
—Oye, ¿vosotros habéis visto a Ricardo? —preguntó Cristina.
—¡Sí! —respondió su padre— Ahora va con el pelo de colores y con unas pintas rarísimas...
—No papá, digo aquí, ahora. Creo que me he chocado con él.
—¡No digas tonterías Cristina! —gritó su madre al tiempo que se levantaba— Él está en Almería. Y vámonos, no debemos hacer esperar a tu chico.
—Se llama Smith...

N.A: Hola queridos lectores! Me alegro muchísimo de que sigáis leyendo La última palabra, sin vosotros no sería posible. Pero bueno, quería deciros que aquí tenéis un capítulo lo más largo que he podido porque me voy a Inglaterra y no podré escribir hasta el 22 de Julio que vuelvo. Conclusión, no esperéis siguiente capítulo hasta el 25 como pronto... Lo siento, pero no puedo hacer más. Otra vez, muchas gracias por leer. Os quiero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario