sábado, 5 de noviembre de 2011

Capítulo 17#

Aquellos tres días se me hicieron interminables, sin poder moverme de aquella cama y sin poder escuchar la voz de Cristina. Lo único bueno que tuvieron fue que me dio tiempo a pensar. Pensar en qué me estaba pasando con ella.
Al principio, cuando la subí al escenario, pensé que con ella sería una sola noche de pasión y, al día siguiente, si te conozco no me acuerdo, como con todas las demás... Pero, lo reconozco, aquella vez no era así.
Aquella vez, por extraño que sonase viniendo de mi, quería hacer las cosas bien. Llegar a su casa y decirle que me gustaba, y que quería intentarlo con ella...
Un momento. ¿Intentarlo? Smith, ¿qué coño decías? Después de lo de Amaia nunca, jamás, ibas a volver ni si quiera a intentar algo serio con ninguna chica. ¿Y entonces? ¿Por qué esas mariposas en el estómago cuando estaba con ella o cuando me abrazaba? ¿Por qué esa necesidad de ayudarla si estaba en peligro? ¿Por qué le había tenido que pedir a un colega que me dejase alguna ropa para ponerme para verla a ella? Hacía tanto tiempo que no sentía algo parecido...
Pero, lo peor de todo, era que apenas la conocía de nada. ¿Un flechazo? Eso no existía... A lo mejor fue su actitud arrogante delante de Laura y en el escenario lo que ayudó a que me gustara, pero luego, verla tan indefensa con lo de su hermana hizo que algo en mi cambiara.
Si, a pesar de todo lo que había sufrido por culpa del amor antes, volvía a querer intentar algo con alguien... Cristina me empezaba a gustar de verdad.

* * *

Y aquí concluye el cuadro número 154. Por favor, si desea escuchar la historia del siguiente, desplácese hacia su derecha y, al entrar en la siguiente sala, pulse 133.
¡Por fin! —gritó Aurora feliz.
¡Shh!
La pequeña estaba más contenta que nunca. Se acabó la pesadilla de escuchar historias viejas y feas sobre cuadros horribles. Ya había escuchado 67, lo que le dijo su padre que contara para que se fueran a comer.
Además, después de lo que pasó tres días antes, sus padres la habían perdonado y le había prometido llevarla al parque de atracciones un día más.
¡Papi, papi! Ya los he contado, papi. Los 67 justos —dijo la niña abrazando a su padre.
¿Si, cielo? Pues ahora mismo nos vamos a comer.
¡Bien!
En ese momento, Cristina pasó a la misma sala en la que se encontraban ellos. Se unió al abrazo y fue muy bien recibida. Entonces, su padre le susurró que avisara a su madre y que ellos ya iban al restaurante que habían decidido: un italiano llamado “La Trattoria”
La comida transcurrió perfectamente. La familia Salcedo habló sobre temas como los futuros brackets de la pequeña o las nubes que avecinaban lluvia esa tarde. Todo fue perfecto hasta que sonó el móvil de Cristina.
¿Quién es, hija?
Es del hospital... ¿Diga?
¿Señorita Salcedo? —preguntó retóricamente una chica desde la otra línea del teléfono— quería comunicarle que el señor Smith Rodríguez ya ha salido del hospital.
Una enorme sonrisa inundó la cara de Cristina. Una sensación de felicidad increíble le recorrió todo el cuerpo. Un simple “en una hora estoy allí” se escapó de sus labios mientras miraba a su madre y asentía con la cabeza. Y entonces, sin venir a cuento, una pequeña lágrima escapó de uno de sus claros ojos. Una lágrima de felicidad. Una lágrima con la que sus padres se dieron cuenta de que su niña ya no era una niña. La niña se había enamorado.

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